De pequeños idealizamos a nuestras madres como heroínas indestructibles, ¿qué pasa cuando crecemos y no queremos darnos cuenta de que son mortales?
He tenido la bendición de crecer bajo la guía de una mamá fabulosa. Me enseñó que la prioridad en mi vida debe ser la autosuperación, encontrar mi fuerza interna para que siempre pueda guiarme por la vida con claridad. Se imaginarán que al ver una mujer tan fuerte, independiente, estudiada, con un corazón de oro y, además, guapísima, era ante mis ojos como conocer a una heroína de los cuentos de superhéroes. Es una realidad que vivimos muchos, creemos que no hay mejor modelo a seguir. Pero ¿es esto justo para ellas?
Lo que sucede es que, gracias a esta admiración, crecemos actuando como nuestras madres quisieran que lo hiciéramos, optamos por decisiones que puedan enorgullecerlas. Esto nos lleva a necesitar su aprobación para sentirnos validados y plenos como adultos, cuando no debe ser así.
Crecemos a ser racionales y emocionalmente maduros gracias a sus enseñanzas, pero no debemos responsabilizar a nuestras madres por nuestras vidas. Aunque sigo creyendo que mi madre es una heroína, es una mujer que ha vivido sus propias historias y tiene sus altibajos como todos los tenemos. Asegurémonos de abandonar la idea de que somos el centro de su mundo. Como hijos solo somos parte de sus vidas y como adultos podemos convertirnos en un apoyo para ellas. Preguntémonos diariamente ¿quién soy para mi madre ahora?
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