Partamos de esta premisa: el embarazo no siempre es como queremos que sea. Mediáticamente, nos venden la idea de que el embarazo debe ser una época mágica, un tiempo de plenitud absoluta en el que todo gira en torno a nosotras. Se nos presenta como si fuéramos una especie de unicornio excepcional, rodeadas de cuidados y mimos, con un mundo que se detiene para asegurarse de que estemos bien. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. No siempre se siente mágico, ni todo a nuestro alrededor se adapta a nuestras necesidades. Y, sin embargo, creo firmemente que, precisamente por eso, debería serlo.
En mi primer embarazo, durante la pandemia de COVID-19, viví algo cercano a esa idealización. Las circunstancias me ofrecieron un entorno controlado, seguro y tranquilo. La mayor parte del tiempo estuve en casa, descansando y gozando de un refugio emocional y físico que redujo al mínimo los factores de riesgo. Fue un período donde la introspección y la conexión conmigo misma florecieron. Sin embargo, mi segundo embarazo ha sido una experiencia completamente distinta. Ahora, con un hijo de cuatro años que reclama mi atención constante y sin apoyo adicional en casa, cada día se siente como una maratón en la que el cansancio y las emociones fluctúan entre la felicidad de esta nueva etapa y el agotamiento físico y mental.
No me malinterpreten: he encontrado momentos de magia en esta nueva gestación. La conexión familiar se ha profundizado, y es hermoso ver cómo el amor se expande en nuestra dinámica. Mi hijo mayor se emociona al hablar con su futuro hermano o hermana, y esos pequeños gestos me recuerdan la belleza de este proceso. Pero, por otro lado, también me enfrento a desafíos únicos que me han hecho más consciente de las exigencias emocionales y físicas que conlleva el embarazo, especialmente cuando las circunstancias no son ideales.
Hablando desde mi experiencia y tomando el atrevimiento de representar a quienes han pasado por esto, quiero decir algo esencial: las mujeres embarazadas necesitamos más empatía, dedicación y amor. No se trata de caprichos, ni de exageraciones hormonales. Es un momento de vulnerabilidad profunda en el que nuestras necesidades pueden parecer desbordantes, pero todas ellas son legítimas y merecen ser atendidas. Durante el embarazo, a menudo nos falta la capacidad de gestionarlas por completo debido a los cambios que atravesamos. Es aquí donde el apoyo externo se vuelve crucial.
Recordaremos cómo nos trataste durante este período. No porque estemos "hormonales", sino porque los recuerdos de esta etapa se graban de manera indeleble. Recordaremos si viste nuestra vulnerabilidad con compasión o como una carga. Si estuviste presente o si nos dejaste solas cuando más necesitábamos compañía. Recordaremos el juicio, los comentarios innecesarios, las expectativas irreales y la falta de consideración que nos hicieron sentir aisladas o poco valoradas.
Pero también recordaremos los momentos de ternura y amor: cuando le hablaste al bebé, cuando tomaste la iniciativa de cuidarnos sin que lo pidiéramos, cuando tu apoyo fue constante y palpable. Recordaremos los gestos pequeños que tuvieron un gran impacto: obligarnos a descansar, cocinar algo especial, darnos palabras de ánimo y hacernos sentir valoradas por nuestra capacidad de gestar vida. Esos actos, aunque parezcan mínimos, son los que construyen los recuerdos más hermosos.
El embarazo nos transforma. No somos nuestra versión habitual, y eso no es algo malo. Somos una versión que necesita amor, apoyo, apapachos y sanación. Nuestra misión durante esta etapa es crecer en amor, entregarnos al proceso y vivir esta experiencia de la forma más serena posible. Lo que más recordaremos es si quienes nos rodearon sumaron o restaron a esa misión. Por eso, te invitamos a ser parte activa y amorosa de este viaje. Porque al final del día, lo recordaremos todo.
Comments