¿Cuántas veces se han preguntado lo que será ser una Miss de belleza? A continuación les cuento mi experiencia.
En 1970, El Salvador conoció a su primera Reina Mundial del Turismo, Maria Elena Sol Trujillo. Con su elegancia, inteligencia y gracia se ganó el concurso en dos patadas y no tuvo competencia al enfrentarse a representantes del mundo. Este gran ejemplo de perseverancia, belleza y sabiduría es mi mamá. Imaginarán que crecí soñando en cómo se veía mi mamá desfilando con su bellísima corona y siendo reconocida mundialmente. Esto rápidamente evolucionó a un: ¿qué pasaría si fuera yo? Fue sembrada esa semilla en mi corazón y, mientras mi mamá me contaba historias de esa época, siempre le recordaba lo mucho que quería seguir sus pasos.
Se presentó una oportunidad cuando a penas era una adolescente. No excedía los diez y ocho años cuando, caminando por un centro comercial con mi madre, nos encontramos a un agente reconocido que se deslumbró por mi “look”. Habían mil explosiones de emoción en mi cerebro mientras ellos discutían la posibilidad, ¿se imaginan? A las semanas recibimos una llamada de seguimiento, el agente quería enviarme como representante de belleza a un concurso pequeño en una isla del caribe. Acepté sin pensarlo dos veces.
Yo estaba lista para el glamour, los maquillistas, las entrevistas y el reconocimiento. Mi imaginación estaba basada únicamente en lo que yo había conocido a través de películas, series o eventos en la televisión. Para mí sorpresa, no tiene absolutamente nada que ver con lo que yo me esperaba. Fui contactada un año antes del concurso para ser preparada y, al notar que no era lo que esperaba, mi rebeldía adolescente decidió surgir. Mi mamá, muy prudente, decidió dejarme experimentar todo sin ella interceder para que me diera cuenta del trabajo que representaba. No recibí las clases de auto-maquillaje que me fueron ofrecidas porque yo creía ya saber. No fui receptiva a la preparación mediática porque no creí posible que me atacaran cómo insinuaban en ellas que lo harían. No creí importante aprender a posar porque en el momento consideré que la persona que me estaba enseñando no sabía suficiente. Arrogancia en su máxima expresión.
Aún así me consideré altamente preparada y el plan siguió de acorde a lo establecido inicialmente. Aterrizamos en aquella isla y conocí realmente lo que significa el paraíso. Algo que nunca he perdido es mi habilidad de entablar relaciones con otros fácilmente, así que para mí fue un gusto llegar a conocer a todos a quienes nos presentaban. Fue una experiencia tan bella, que la tomé como una vacación. Nuevamente, surgió la arrogancia. Puedo contarles que, con orgullo, representé impecablemente al país estando fuera del escenario. Con todos los ciudadanos, los representantes del concurso, mis compañeras y demás se me facilitó crear vínculos afectivos. Sin embargo, cada vez que atendíamos a un evento o que intentaban prepararnos para el mismo concurso mi mente divagaba a una ambigüedad impresionante. Ante las luces de los escenarios fui fatal, pero me bajaba y era entonces adonde ganaba corazones.
En esta aventura descubrí que muchísimas de las cosas que más admiraba de los concursos de belleza eran realmente una ilusión. La mayoría de las concursantes tenían numerosas cirugías estéticas, habían drogas y laxantes involucrados sin mencionar que conocimos a la ganadora antes de siquiera llegar a anunciarse, pero esto no cambia lo que pasó. La noche del concurso llegó y está de más contarles que me fue fatal. Ahora puedo contarles entre risas que olvidé la coreografía, me confundí con ruta de caminar al modelar, obstruí la visibilidad a mis compañeras, contesté las preguntas de todas las maneras en las que me dijeron que no debía hacerlo. En fin, todo lo que pudo haber salido mal, lo hizo.
La belleza de la isla y la generosidad de su gente me ayudó a desintoxicarme de la arrogancia que mi ego había sembrado en mí y, poco a poco, noté como yo había sido mi más grande obstáculo pero cuando este momento llego ya era demasiado tarde.
Tuvimos la suerte que pudimos quedarnos un día más antes de regresar a casa. Todas las participantes, ya concursantes experimentadas, entendían perfectamente por lo que estaba pasando y fueron de una gran ayuda para sentirme mejor. Fue muchísimo lo que aprendí de esta experiencia, no solo acerca del mundo del modelaje si no aún más acerca de mí.
Desde entonces acepté que está bien no forzar algo en lo que no nos sentimos cómodos y que, aún si lo hacemos, debemos aprender de ello para poder crecer.
Puedo resumir que, aunque no regresé con aquella corona de cristales bellísima, fui la mejor de las peores misses al representarnos con corazón adonde menos lo esperaban los demás.
Al final, reconocer faltas no significa que no volverá a pasar, significa que seremos más fuertes y más sabios para tratarlo mejor cuando nos presentemos ante una situación similar en el futuro.
Algo me quedó claro de todo esto, me divorcio del mundo de los concursos de belleza por diferencias irreconciliables.
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